5 reflexiones para «Desenseñar a desaprender cómo se deshacen las cosas»

Por Helena Galán Fajardo

Reflexión número 1. «La economía como esencia de la vida es una enfermedad mortal, porque un crecimiento infinito no armoniza con un mundo finito», Erich Fromm.

La palabra innovación (del latín innovatio, -ōnis) significa «acción y efecto de crear algo nuevo». El economista Joseph Schumpeter pensaba que las empresas poco creativas y competitivas serían destruidas, de tal modo que el proceso de acumulación del capital les conduciría continuamente a competir entre ellas y a innovar, en un ciclo conocido como «destrucción creativa». Hoy en día, la innovación y el espíritu emprendedor han invadido el lenguaje cotidiano: reinventarse, resiliencia, estrategia... Pero la innovación puede entenderse de muchas formas.

Reflexión número 2. «Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo», Audre Lorde.

Hace unos años, Jack Dorsey, Cofundador y CEO de Twitter, afirmó que el mundo se podía cambiar en 140 caracteres. También, que nunca vendería Twitter. Es cierto que la red social contribuyó en cierto modo a la movilización política, pero, como decía María Zambrano, es posible llegar a destruir un orden y establecer otro, con la consiguiente aureola revolucionaria, en nombre de una tendencia conservadora. Basta con observar los perfiles de los CEO de las empresas tecnológicas más importantes el mundo (Amazon, Apple, Alphabet, Microsoft, Samsung, Meta, Lenovo, Huawei…) para darse cuenta de que nos encontramos ante una nueva era del poder corporativo o, como ha sido definida, ante una etapa tecno-feudalista. ¿Cómo contrarrestarla? Buscando nuevas herramientas que permitan superar los sesgos negativos y la polarización mediática para evitar la desafección hacia los medios tradicionales. 

Reflexión número 3. «La religión emergente más interesante es el dataísmo, que no venera ni a dioses ni al hombre: adora los datos», Yuval Noah Harari.

Los datos importan, ya lo decía Sherlock Holmes: «¡Datos, datos, datos! ¡No puedo hacer ladrillos sin arcilla!». Además, son una base esencial en la investigación científica. Pero no todo son datos ni todos los saberes humanos se pueden cuantificar. Como dijo Nuccio Ordine, si fuese así sólo seríamos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabaría por perder el sentido de sí misma y de su propia vida. Abandonar los saberes cualitativos es abandonarse a los datos y, si esto sucede, el ser humano quedará obsoleto y será fácilmente reemplazado (aunque por el momento siga siendo este quien enchufe la máquina). No hay que olvidar que la creatividad y la investigación humanas son la base de estas creaciones. No les dotemos de carácter divino.

Reflexión número 4. «Siempre recuerda que tú eres único. Absolutamente igual que todos los demás», Margaret Mead.

El descenso de atención es un problema generalizado. Anestesiados por las pantallas, todo referente exterior es anulado y deslizado en un scroll incesante. El mundo de las máquinas se ha convertido en un sustituto del mundo real, decía Hannah Arendt. Jean Baudrillard habló de pseudo-realidad cuando aún no existía internet. Y Marshall McLuhan y Neil Postman nos avisaron también: la tecnología no se implanta a coste cero. Las pantallas tienen multitud de ventajas e inconvenientes. La velocidad disminuye la comprensión y las redes adolecen de la exclusión de lo diferente. «Yo, me, mí, conmigo». Lo «otro» no puede entrar en el espacio ocupado de la subjetividad y, sin esa apertura, no hay conocimiento. Necesitamos la magia del asombro: «Porque el asombro es el resultado de la extrañeza, de la enajenación con la que el mundo que no somos se nos manifiesta», decía Emilio Lledó. Advertidos estamos.

Reflexión número 5. El verdadero enemigo del pensamiento intelectual es la burocracia. ¿Qué sucederá con la automatización de los procesos por la IA? ¿Habrá menos gestión entonces? pensamiento propio)

Ante el incesante aumento de noticias y artículos sobre los enormes beneficios de la incorporación de la inteligencia artificial en la educación, algunas titulares audaces y no desinteresados preconizan la desaparición, en un futuro, de la figura del docente. Umberto Eco hablaba sobre esto, a principios de los 2000 cuando un alumno, con clara intención provocadora, preguntó a su profesor: «Perdone, pero en la época de internet, ¿usted para qué sirve?». Internet, reflexionaba Eco, nos dice casi todo, salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar las informaciones que difunde. Si el docente desaparece ¿quién ejercerá su responsabilidad y reemplazará su función? ¿quién «nos desenseñará a desaprender cómo se deshacen las cosas»?

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